Día de emociones intensas en Primavera Sound con Mitski, Lankum y PJ Harvey. El festival musical barcelonés termina este domingo después de una semana en la que ha programado más de 250 conciertos y que ha congregado a 130.000 personas (268.000 asistentes en total), de las que el 59% han sido extranjeras, según datos de la organización. Un éxito de convocatoria para una edición que será recordada por las actuaciones memorables de Lana del Rey y Pulp, entre otras.
Y realmente digna de recuerdo fue Mitski, que ofreció un concierto enorme en el que plasmó con determinación y carisma las ambiciones artísticas que atesoran sus canciones.
De esta cantante, compositora y teclista estadounidense de origen japonés hay muchas cosas interesantes que subrayar. Musicalmente se mueve con brillantez entre el pop sofisticado y la canción de autor elegante, compone con ingenio y originalidad y es muy creativa con los golpes de efecto, tanto en los arreglos como en la selección de instrumentos: le gusta sorprender y hacerlo de manera clara, pero no cometer excesos.
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- Redacción: PABLO GIL Madrid
- Redacción: RAQUEL R. INCERTIS Madrid
Tiene un talento tremendo para las melodías indestructibles (melodías de apariencia clásica pero con mucha personalidad), y sus letras articulan sentimientos como la angustia, la frustración y hasta una ira visceral. Y ahí está lo más interesante, en cómo se unen todas estas piezas a través de una interpretación que plasma muy bien la tensión entre una calma superficial y el turbulento torrente emocional que va desbocado por dentro de las canciones, y de la vida. Con una fuerte presencia escénica, Mitski suena clásica y elegante, y al mismo tiempo concentra una tremenda intensidad dramática en cada uno de los versos que canta y en cada gesto de su cuerpo, con movimientos inspirados en el butoh, la danza teatral japonesa.
En directo, durante una tormenta y entre rayos y truenos, la potencia emocional que Mitski pone en cada una de sus interpretaciones impresiona. Es curioso porque se ha convertido en una estrella gracias a TikTok, la red social de los bailecitos y la ligereza, pero su música lírica no tiene nada de ligera. A los artistas hay que verlos, si es posible, en su pico creativo, y así se pudo disfrutar este sábado de Mitski. En su larga actuación interpretó prácticamente entero su séptimo álbum, The Land Is Inhospitable and So Are We (La tierra es inhóspita y nosotros también), y lo combinó con las canciones más populares sobre todo de sus dos anteriores discos, con los que dio el salto a la fama en EEUU.
Como los llorados Pogues, Lankum es un grupo irlandés que partió de la ética rebelde del punk para reivindicar el folklore celta. Su evolución ha sido también apasionante, pero diametralmente opuesta en la forma de concebir las canciones. Todo lo que en los Pogues de Shane MacGowan era celebración popular, en Lankum es recogimiento y, sobre todo, un dramatismo que deja aplastado el corazón. Su concierto fue un acontecimiento, con un dominio experto de la tensión épica: de crearla pero sobre todo de mantenerla agarrada con firmeza en largas piezas de diez minutos.
Las canciones de Lankum son lentas, solemnes y tienen una propensión a la repetición que marea y aturde, en la línea de los cantos rituales creados para alcanzar el trance y una visión trascendental. Su sonido incluso parecía aplicar en largos tramos de la actuación la densidad del plutonio que han llegado a tener variantes del rock como el 'doom metal' o el 'rock industrial', mientras que sus letras tratan de lo que cualquiera podría imaginar: son tragedias a las que las personas parecen abocadas por un destino maldito e inevitable.
Parafraseando al personaje de Uma Thurman en Kill Bill, hubo muertes, hubo destrucción y obtuvimos una total satisfacción. En el sombrío concierto del quinteto dublinés, celebrado oportunamente en el Auditori (a reventar), estos devotos del folklore irlandés y de la improvisación en tabernas y pubs usaron instrumentos tradicionales como guitarra, violín, concertina, gaita, tambor, flauta y acordeón, combinados con severos fondos de ruido grave.
A PJ Harvey ya la conocen: ella es única y no ha hecho más que perseverar en esa cualidad. Después de más de 30 años experimentando con la canción de rock, alejándose de la popularidad y aumentando la originalidad de su música, a nadie le puede pillar por sorpresa que su nuevo disco sea un perro verde. I Inside the Old Year Dying es seco e intimista, está apegado al terruño campestre y evita concienzudamente la complacencia.
La veterana artista británica, que se ha ido separando de la música para interesarse por la poesía y la dramaturgia, imaginó inicialmente el proyecto como un montaje teatral. Eso se nota en la fisicidad de la música y sobre todo en la puesta en escena. Con ese nuevo disco empezó su concierto, enfriado por la lluvia, pero rápidamente saltó en el tiempo al repertorio del fabuloso Let England Shake y acabó con iconos de los años 90 como 50ft Queenie, To Bring You My Love, Man-Size y Down By The Water.
La jornada de este sábado ha estado protagonizada por las actuaciones destacadas de artistas femeninas como Romy, Róisín Murphy, Charli XCX, Bikini Kill y, por encima de todas ellas, SZA.
La nueva estrella del R&B estadounidense era sobre el papel la cabeza de cartel del sábado (medianoche en el escenario principal), pero no deslumbró en su actuación. SZA triunfó en su país el año pasado con su segundo álbum, SOS (súper nominado en los Grammy), pero en directo la sofisticación, la picardía y el ambiente de ensueño de sus canciones no terminó de salir del terreno de la rutina. El montaje era ambicioso, con un escenario especial y bailarines, y ella tiene presencia (fraseo con convicción, corpiño estilo imperio), pero no mostró la cualidad diferencial que distinguió su estupendo disco.
